- Mamá, ¿ahí se acaba todo?
- ¿Ahí donde, Pablo?
- Ahí, mira, donde se acaba el agua, ¿no ves que empieza el cielo?
- No cariño, eso es el horizonte, y si tuviéramos un barco, te llevaría hasta allí, y verías que hay otro detrás.
- Yo cuando sea mayor tendré un barco y iremos a verlo, ¿a que sí?
- Claro cariño.
- ¿Y entonces si nunca se acaba el mar, que pasa?
- El mar se convierte en océanos, que son como mares muuuy grandes, y también se acaban. Detrás de cada océano hay otra playa, como esta. Y a lo mejor en esa playa, ahora mismo, también hay un nene preguntón como tú, volviendo loca a su madre.
Sara se tiró encima de su hijo y empezó a hacerle cosquillas, Pablo se retorcía entre risas y trataba de escabullirse.
Pasaron la tarde, comieron helado, jugaron con la pelota, y vieron atardecer.
Llegaron a casa y Sara recordó el viejo atlas de su padre, lo guardaba como una joya, en un altillo del armario, era inmenso, con unas láminas de papel duro y brillante.
- Mira lo que tengo para ti. Quiero que lo cuides muy bien, es muy antiguo.
- Pero es un libro muy grande, es de mayores.
- No es para leerlo, es para verlo. Mira.
Se tendieron en la alfombra del salón y lo abrieron. Pablo se colocó las gafas con el dedo corazón, siempre las llevaba a punto de caerse.
- ¿Ves? Estos dibujos marrones y verdes son tierra. Es donde vivimos las personas. Lo azul es agua, mares y océanos. Mira, nosotros estamos aquí.
- ¿Pero ves como se acaba? Me has engañado.
- Nooo...
Cogió la lámina más grande, la doblo con cuidado, juntando sus extremos, hasta formar un cilindro.
- Es así. Los dos extremos están unidos, lo mismo que esto, que es el norte, y esto que es el sur. La tierra tiene forma redonda, es como tu pelota. Por eso nunca acaba, siempre se puede seguir hacia adelante.
- Pero entonces siempre volvería a casa, vaya tontería.
- Claro, pero ¿te acuerdas del horizonte, esa raya que separaba el mar y el cielo?
- Sí.
- Pues hace mucho tiempo, la gente pensaba lo mismo que tú. Y entonces inventaron los barcos. Y así se dieron cuenta de que estaban equivocados. Gracias a eso ahora tú ya lo sabes.
- Pero yo voy a tener un barco igual, ¿a que sí?
- Sí mi vida, lo tendrás.
Y se le escapó una sonrisa. Le asustaba que fuera tan inteligente y a la vez tan inocente.
Cenaron, se bañaron, y se acostaron.
Pero Pablo, en la cama, no podía quitarse de la cabeza la idea de que al final de cada océano hay una playa, y al final de esa playa otra playa, y al final otro océano. Y otra playa...
Y así se quedó profundamente dormido.
Morir de amor y de dulzura tras leerte. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti :)
EliminarQue preciosidad.
ResponderEliminarGracias :)
EliminarOtra sorpresa, gracias.
ResponderEliminarMis niños se duermen todas las noches después de leerles un cuento. Anoche les leí el tuyo. Les gustó, e incluso decidimos consultar un viejo atlas enorme que guardo en lo alto de una estantería.
ResponderEliminarMe emocionas :_)
ResponderEliminarSeñor, pues genial, una historia muy tierna. Solo una pregunta, ¿el niño es Pedrosa?
ResponderEliminarNo en serio, que felicidades una vez más.
Un saludo